20-D: una oportunidad para la gente

Artículo publicado en publico.es, 30 de noviembre de 2015

 

La principal responsabilidad de las organizaciones y de la gente de izquierdas es crear las condiciones para derrotar al PP. Cuatro años más de gobierno “popular” no solo profundizará en la inequidad de sus políticas, sino que harán que muchas de sus contrarreformas sean irreversibles. Una mayoría conservadora nos abocará irremediablemente a una segunda transición bajo su liderazgo. Vistas las encuestas, todo indica que el objetivo de vencer será difícil, pero no imposible. A pesar de los errores cometidos hasta el momento, aún hay un margen para ganar.

¿Quiénes podrían vencer? La suma de los espacios electorales que movilizan al electorado progresista y de izquierdas en España. Espacios electorales representados por diferentes siglas –Podemos, PSOE, IU, EQUO, ICV, Compromís, CHA, Mareas, candidaturas de confluencia–, con trayectorias y programas, unos más próximos y otros más distantes, pero que comparten todos algo en común: un electorado que pide cambio. Las izquierdas, como pasa en todo proceso electoral, competiremos entre nosotras, nos criticaremos, habrá un intercambio de reproches; pero creo que, en las actuales circunstancias, no ha lugar la deslegitimación del otro. Cuando se entra en la deslegitimación de tu competidor, consigues siempre un doble efecto: que su electorado no te escuche –nadie acepta haber votado nunca a un desecho político– y poner muy difícil una entente postelectoral. Responsabilidad, pues, en identificar el principal objetivo electoral: vencer.

Y madurez para afrontarlo. En primer lugar, madurez programática. Lanzarse a realizar propuestas que luego no se pueden cumplir es un disparate. Un error que siempre provoca frustración. Son necesarios programas de gobierno que sepan diferenciar con claridad los necesarios planes de choque para aliviar las situaciones más críticas que sufren sectores de nuestra sociedad, con las reformas más profundas y estructurales, que exigen siempre más tiempo y consenso. Y madurez en el tono de la campaña. Planteamientos ambiciosos de cambio exigen un discurso pedagógico, propositivo y amable. Más centrado en explicar las razones de los cambios propuestos y en los potenciales existentes para realizarlos. Un discurso en el que la ciudadanía vea reflejados sus problemas y anhelos. Un discurso de la esperanza.

Estas elecciones van a ir de economía, de crisis social y de Catalunya. Los atentados de París ponen encima de la mesa las cuestiones de defensa y seguridad. Y digo los de París porque lamentablemente los de Estambul, Beirut o Mali no conmocionan a nuestras opiniones públicas. Creo que, además, deberíamos ser capaces de incorporar a la agenda electoral regeneración democrática y Europa.

Y empezaré por la Unión Europea, la eurozona. Todo programa de gobierno que no explique cuáles serán las posiciones que se defenderán en Europa, que a su vez es nuestra ventana a la globalización, debería ser rechazado por el electorado. Un programa de izquierdas europeo se puede resumir en dos cuestiones: frente al proceso de renacionalización que sufre la UE, más y distinta Europa, y desarrollo frente a austeridad. Vista la experiencia griega, queda claro que una mayoría de izquierdas en un solo país es insuficiente; es necesaria y posible una coalición de países, que podría empezar en el sur, que plante cara a la Troika.

El hartazgo ciudadano con la corrupción política es palmario. Acabar con ella, más transparencia y mejor gestión de los servidores públicos deben ser compromisos claros. Pero el principal reto es desparasitar el Estado. Un atávico problema de España es la ocupación e instrumentalización del Estado por unas clases extractivas. Hasta el momento, el poder político ha estado al servicio de las mismas. Avanzar en un proceso de desparasitación, creo, que sería algo histórico.

El llamado “problema catalán” no hay que conllevarlo, como afirmaba Ortega y Gasset: hay que resolverlo. Hablar de Catalunya, desde una visión laica, es hablar de pluralidad, de derechos y solidaridad. La única España posible es la España plural, y ésta solo se construye desde el acuerdo que sume las diferencias. La principal reivindicación catalana no es tanto de competencias o fiscal, sino del reconocimiento de Catalunya como sujeto político que quiere resolver por sí sola su pertenencia o no y en qué condiciones en un proyecto común que se llama España. Y esto solo se dilucida mediante un referéndum legal y pactado.

España sufre sus particulares crisis humanitarias. Los índices de pobreza y exclusión social son alarmantes. Los recortes en los servicios públicos, la reforma laboral y los costes de los servicios básicos acentúan la crisis social. Emergen nuevas formas de pobreza: pobreza energética o pobreza laboral. Son necesarios compromisos claros que concreten planes de choque para aliviar la difícil situación que atraviesan muchas personas y familias.

Las principales decisiones económicas se tomarán en Europa. Ya sean las relativas a la redefinición del gobierno de la Eurozona, reforma del BCE, mutualización de la deuda, planes de inversión, unión fiscal y bancaria y un largo etcétera. Pero el nuevo gobierno progresista debe afrontar dos retos económicos: el cambio de modelo productivo, objetivo que solo será posible si se produce una alianza entre el mundo del trabajo y los sectores empresariales que representan a la economía real. Cambio que solo será viable si abordamos también una reforma empresarial. En la España de las micros y pequeñas empresas, nos falta un mayor tejido de empresas medianas. La transición del actual modelo productivo a uno nuevo basado en la economía de calidad y verde debe ser liderada por los poderes públicos. Solo ellos pueden garantizar su viabilidad mediante la inversión, y que esta transición sea justa.

Sin políticas de seguridad y defensa no se puede gobernar el Estado, como máximo se puede estar en la oposición. Sin realismo geopolítico, fracasaremos. La seguridad de Europa pasa por la estabilidad de Libia, Siria o Irak. La estabilización de estos países y zonas requerirá tiempo y acierto en las políticas. Será necesario marcar objetivos de estabilización respaldados por grandes coaliciones internacionales y especialmente por los actores de la zona. El llamado “mundo occidental” deberá asumir sus errores, los efectos desestabilizadores que han tenido políticas, hacia estos países, basadas en la rapiña y los intereses económicos. Una de las deudas a pagar es responder positivamente a la crisis humanitaria que representan los cientos de miles de refugiados agolpados en nuestras fronteras.

Pero no nos engañemos, la amenaza yihadista existe y hay que responder a la misma, ya sea desde los servicios de inteligencia, policiales o militares. Quien no convenza a la ciudadanía de que es capaz de garantizar seguridad frente a riesgos de atentados, fracasará. La izquierda ha de arrebatar a la derecha la bandera de que ellos son los únicos capaces de garantizar la seguridad. ¿Cómo? Conjugando seguridad con libertad. ¿Cómo se conjuga? Desde el respeto al Estado de Derecho y el control judicial.

El nuevo partido Podemos y las coaliciones en torno a él aportan fuerza, ilusión y ambición a la izquierda española y, lo que es más importante, voluntad de ampliar la base electoral. Esto solo será posible si somos propositivos; si nos instalamos en la “izquierda del sí”, la del “no” tiene un techo demasiado bajo para vencer.